Siempre he sido fanático del fútbol desde muy niño. Solía ver los partidos en casa con mi padre y mi hermano, o en casa de los abuelos con los tíos y primos, e incluso recuerdo que una vez en el colegio llevaron un televisor para ver el encuentro inaugural de Francia 98, y vimos como aquella poderosa Brasil derrotaba a Escocia por 2 a 1 mientras celebrábamos la suspensión de la clase durante noventa minutos. 

En enero de 1999 se realizaba el Sudamericano Sub 20 en Argentina. Yo iba a presenciar por primera vez un partido de la selección totalmente solo. Perú debutaba contra Venezuela y el camino de llegar al mundial de Nigeria de esa categoría había comenzado.

Encendí mi Tv. cuadrada de 21 pulgadas, y vi como los venezolanos se habían adelantado en el marcador. Mis esperanzas de ver una victoria nacional se fueron al tacho. Quería gritar de rabia, buscar alguna respuesta de lo sucedido, pero quedé sentado en silencio frente a la pantalla de mi sala viendo la derrota parcial. Fue hasta el segundo tiempo que un desconocido César Balbín ingresó a la cancha, y con dos goles de él (uno en el último minuto) dio vuelta al resultado. Grité a más no poder, miraba por toda la casa a quien abrazar pero no había nadie, igual la alegría seguía latente. Papá llegó del trabajo y me vio con la camiseta peruana viendo con emoción la repetición de los goles.

Los siguientes días me volví más hincha que nunca. Vi todos los partidos de aquel sudamericano, donde Perú llegó hasta las instancias finales. En el último encuentro enfrentábamos a un Chile prácticamente eliminado. Una victoria nos llevaba directo al mundial. Íbamos ganando 2 a 0 con goles de Piero Alva y Pedro Ascoy. La clasificación parecía un hecho, pero a falta de 15 minutos, Chile descuenta. Y cuando transcurría el minuto 85, un nuevo gol mapocho en clara posición adelantada les dio el empate. Los jugadores blanquirrojos reclamaban desesperadamente. Yo gritaba de impotencia al juez de línea aunque él no me escuchara. Así, quedamos eliminados de manera injusta. No lo podía creer, ¡Era un robo, señores! Yo era tan solo un niño de once años que lloraba por primera vez por su selección, por la pasión, por el fútbol.

Estuvimos a un paso de alcanzar la gloria con Oblitas como técnico, él mismo que casi nos lleva al mundial de Francia 98’ con la selección mayor, pero luego de que nos goleara Chile en la penúltima fecha nos igualó en puntaje en la tabla y quedamos fuera por diferencia de goles.  

Chile nos aguó la fiesta en diversas ocasiones. Hoy volvemos a enfrentarnos a nuestros vecinos del sur en el clásico del Pacífico. Hoy será difícil aguarles su fiesta, pero hoy podemos dejar todo en la cancha y cambiar la historia.

Estamos casi eliminados del mundial de Rusia 2018 y aunque muchos ya no creen en esta camiseta, yo seguiré alentando, seguiré sufriendo porque este amor no me lo quita nadie. Porque volveré a llorar como en 1999, quizás hoy… o quizás mañana. Pero de una cosa estoy seguro, ganemos o no, seguiré enamorado de este país, de sus colores y de lo hermoso que es el fútbol. ¡VAMOS PERÚ CARAJO!